Hay músicos que son marcados por sus éxitos. Otros que son recordados solo por tener una canción conocida. Hay los que tienen un millón de “fan número 1″ y otros que no llegan al millón de fans. Hay otros grupos musicales, cantantes solistas, o dúos, tríos, que tienen la mala suerte de ser marcados por la tragedia.

Hace pocos años, en documentales, he visto las distintas reacciones que las muertes en los conciertos, o los que ocurren inmediatamente después, generaron en quien estaba en el escenario. Recuerdo claramente un documental de un grupo inglés, donde comentaban la muerte de 11 chicos en el concierto. Otro grupo estadounidense donde murieron 8. Y lo mismo con otros grandes grupos de ambos países. Los músicos se sentían inexplicablemente responsables.

Pero recuerdo también la reacción opuesta. Una frase llena de ignorancia, intentando buscar justificación: “cholitas aguantadas”, en referencia a 5 jóvenes que murieron ahogadas en pleno transcurso del concierto del que, probablemente, era su dúo favorito.

Este tipo de tragedia puede pasarle a cualquiera, lamentablemente. Le ocurrió a los Rolling Stones en 1969, a The Who en 1979, a AC/DC en 1991, a Servando y Florentino en 1997, a Pearl Jam en el 2000, y a Chacalón Jr. ayer. Pero esto no es responsabilidad del músico, aunque así lo sienta.

El grupo musical no hace el concierto. Cuando uno va a uno de estos eventos, donde sea que transcurra, hay muchos factores que entran en juego: el espacio, los sitios, el público, la seguridad, el alcohol, las drogas, etc. Este tipo de fatalidades sí se pueden prevenir. Y es que en cada uno de estos casos, hubo un factor que  estuvo ausente o excesivamente presente: poca seguridad, mucha gente, mucho alcohol, poco espacio.

No sabré jamás qué pasó por la cabeza de estas personas al morir de esta manera. Pero sí puedo pensar, temerosamente, que los conciertos ahora entran en esa terrible lista donde están los clásicos “no hables con extraños” y “que no te roben”: “cuidado con los conciertos”.