El aborto terapéutico es un tema polémico que parece no tener final. Estamos hablando del huevo o la gallina. Un paradigma es el caso de KL, una menor de 17 años que se vio obligada a continuar con su embarazo, a pesar de que el diagnóstico señalaba que el feto nacería con anencefalia (ausencia parcial o total del cerebro). El bebé vivió cuatro días y por la imposición que le hicieron a la joven, el Estado peruano perdió un juicio contra ella.

Más allá de la conclusión jurídica, siempre se supo que la niña moriría y no se hizo nada. Mejor dicho, la obligaron a ver morir a su hija. El caso es trágico por donde se vea. Es complejo. Pero juzgar de asesinato la posibilidad de que la mujer decida qué hacer en estos casos específicos, sobre lo que ocurra con su cuerpo o con lo que probablemente, en el futuro, sea un trauma, es una exageración y una injusticia.

Según una nota publicada en el diario Correo, el cardenal Juan Luis Cipriani responde a las declaraciones de la ministra de la Mujer, Aída García Naranjo, clamando “no al asesinato” y llamándole la atención sobre su posición. Luego le pide a Humala que no falte a su palabra. Reclamando a una, pidiendo al otro. Un poco más y le pide que “calle a su ministra”.

Me atrevo a preguntar sobre la posición del cardenal ¿defiende esto porque le importa la vida? o ¿porque teme que una vida (y que la sugerencia de la creación del protocolo sobre la despenalización) esté en manos de una mujer? ¿Puedo culpar al cardenal? Siempre que el tema del aborto y su despenalización se pone sobre la mesa, los llamados ‘defensores de la vida’ (creo que ambos grupos ‘enfrentados’ defienden la vida) dan la impresión de pensar que, en cuanto se despenalice el aborto, las mujeres vamos a salir corriendo a la calle a abortar en masa.

Un embarazo que puede traer problemas físicos y mentales a la madre no es algo que podamos responder con un “¡piña!” ni con una pseudo acusación de asesinato. Menos aún si el Estado peruano ha aprobado el aborto terapéutico hace más de 80 años. El siguiente paso sería validar esa aprobación, a través de la creación del protocolo, para que casos, traumas, miedos, riesgos no vuelvan a emerger. Por lo menos no en embarazos en los que se sabe que el niño o niña vivirá cuatro días.